2 dic 2012

En su memoria


En el retorno, camino de vuelta, el niño, la niña que fuiste viene a hacerte compañía.
Papá se amansó y amoroseó.
Busca el mimo como los niños.
Su niñez fue dura. Más de lo que puedo imaginar.
El padre, mi abuelo, vio en él los reales que entrarían en la casa familiar. Lo entregó para que durmiera en la paja y atendiera las necesidades de aquellos animales de tiro que hacían el trabajo que hoy hacen máquinas en el campo.
Su madre, mi abuela, salía a su encuentro, cuando él iba al campo con esas bestias, para mirarle y abrazarle.
Esa madre murió porque la necesidad impidió que comparan la penicilina que la hubiera curado.
Esa madre fue enterrada, y él no pudo darle el último abrazo.
Le enseñaron que los golpes domaban.
Eso pensó que debía hacer cuando a mí me los aplicaba.
Hablé de todo esto con mi madre, llorando las dos, hace años.
Cuando ella era fuerte y sobrada de salud.
Cuando vine a la vida terrena, papá y mamá habían pensado emigrar. No lo hicieron porque no se quisieron separar, y mi alojamiento en un vientre que iba aumentando, no permitiría que mamá pudiera trabajar.
Ellos, papá y mamá, tuvieron muchas dificultades en ese mundo en que los pobres eran mirados por encima del hombro.
Su pobreza era ser del campo.
Los dos procedían de familias que tenían sus tierras y que las sacaban a delante con su propio trabajo.
La suerte de mis padres es que tenían una salud envidiable.
Esa salud les dejó reservas para la vejez que, a pesar de vivirla con amenazas de enfermedad pudieron afrontar hasta que no quedó más, en el caso de mamá que en estas fechas empezó el declive que la llevo a la tumba, abierta el 4 de febrero.
Estas fechas están marcadas con el estigma de su, nuestro calvario.
En su memoria.
La llevo en mí.

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